sábado, 22 de junio de 2019

MEMORIAS DE UN ADIOS CONTRITO

Por: Maria Fernanda Cardona Pinchao
Tematica libre

- Vamos. Te lo suplico, ya es suficiente. – Dijo tímidamente, se notaba el miedo en su voz. - No creas
que porque he bebido no estoy consciente de lo que pasa, todo está bien. – respondí.
- Yo no te veo bien, estás hecho un desastre, y me asusta que te pase algo, que nos pase algo,
vamos a casa… Por favor – dijo entre lágrimas que ahogaban su voz. - ¡No! - Grité con rabia. Me
desesperaba, cada segundo que pasaba y me decía que ya era suficiente, exasperaba mi ser, quería
que se callara. Caminé hacia la avenida, y crucé sin mirar… Solo escuché sus gritos envueltos en
llanto, y el ruido de la sangre al rodar por el asfalto. El aire se fue agotando, mi piel se volvió más
árida que la tierra que nos rodeaba, mi temperatura disminuyó al punto de congelar mi cabello, y mi
ropa. Estaba exánime, las voces de la noche no callaban, pero pude distinguir su sonora voz, no
podría confundirla. Tomó mi mano, y cómo confundirla, podría estar ciego y no perdería de vista la
textura de su mano, a tientas me dirigía hacia un lugar que a mis sentidos era extraño, busqué abrir
mis ojos, pero sólo veía ese cielo en el que tantas veces revelamos promesas e historias, solo podía
ver con los ojos de la memoria, con los recuerdos tan vívidos con si apenas pasaran. Me hacían
estremecer. Un frío perturbó la felicidad que me producía ésta sublevación de la realidad. Fue tan
fuerte que desunió mi corazón de cada fibra que lo sostenía.
Hablábamos de las despedidas, de lo difíciles que resultan, lo tedioso que es recoger cada recuerdo,
y cuidar cada palabra para que la última imagen no se desperdicie con basura y petulantes palabras
de cariño podrido, para que nadie muera en el adiós. Y a pesar de todo ese desprecio por las
despedidas, tuvimos que hacerlo, fue el día en que el sol lloró con todas sus calóricas fuerzas, el
viento gritó tan fuerte que quebró la luna, y con ella mi fuerza. Mis pupilas, se abrieron como
agujeros negros a punto de tragar una constelación, lágrimas azules brotaron de sus cristalinos ojos
color sol. El dolor, bastante letífero, para ser exactos desunió mi alma de mi cuerpo, mi mente de mi
ser, y mi corazón de la razón. Apreté su mano, y entendió que no podíamos continuar el viaje juntos.
Describiría el olor de su piel, pero no lo recuerdo; así pasaron unos segundos, que parecieron siglos.
Poco a poco mi mente empezó a despejarse, los recuerdos se fueron borrando de mi memoria, como
cenizas, que se fueron desliendo, y mis lágrimas se hicieron caudalosas, y eran de sabor a una
excentricidad amarga, tristeza y miedo. El aire se acabó, y aunque mis pulmones alentados por mi
mente, hacían un esfuerzo sobrenatural para mantenerse en línea con la realidad, fue imposible
contenerme más tiempo. El final había llegado, me besó la frente, y luego los labios, sí, sus besos
fríos y mojados. Me dijo -quédate- musité un "Te Amo". Allí quedé inmóvil. Mis ojos se cerraron, mi
cuerpo se volvió polvo, que el viento esparció por el cielo.

Tal vez algún día se entere que no me he ido, que en otro infinito estoy, que no está muy lejos del
suyo, que le extraño también, que le espero ansiosamente, pero que no se apresure, que aproveche
el sucio aire mundano, mientras llega aquí, eso sí que se lave bien la boca, para que limpie los
residuos de palabras rotas, y frases sin terminar, que unas nuevas se construirán… Y que aun siento
culpa por irme tan pronto.

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