sábado, 22 de junio de 2019

Reencarnación

Por:Santiago Ruiz
Temática libre

Habiendo el guardia apretado la palanca de la corriente de la silla eléctrica, se dejó morir, encadenado, sentado, tembloroso, estrujado por las enfurecidas cosquillas con las que la electricidad le mordía el cuerpo. Por un efímero instante, saboreó la serenidad absoluta de la muerte, el silencio y la obscuridad total. Olvidó que había sido hombre. Olvidó su anterior vida, sus padres, el crimen, la cárcel, la silla. Pero el placer de la nada se esfumó como un sueño, como una nube, cuándo sus ojos recibieron el ataque de un haz de luz intenso, progresivo, como si fuese arrastrado  involuntariamente a través de un túnel oscuro. Había vuelto a nacer. Ahora era un siervo recién nacido. Volvió a sentir el vertiginoso y apremiante llamado del hambre y la sed. Pastaba junto a su madre y sus hermanos, tranquilamente. Supo lo que era la paz del silencio animal. La paz de un samadhi perpetuo, inconsciente, solo perturbado por las honestas e inocentes necesidades del cuerpo. Pero sintió un temblor y una ráfaga sombría, un olor a mandíbulas de aliento espeso, de hálito rojo, mientras unos colmillos se le clavaban en el vientre y su familia corría despavorida. La vida lo abandonó en un aliento tembloroso y saboreó de nuevo la perpetuidad serena de la nada. Silencio y obscuridad totales. De nuevo, interrupción de la luz violenta. Volvió a nacer como un cometa, surcando galaxias a velocidades incalculables, extinguiéndose lentamente en el fuego, la luz y el olvido de sus vidas pasadas. Anhelando el momento feliz e impredecible de la extinción total.

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