Temática libre
Habiendo
el guardia apretado la palanca de la corriente de la silla eléctrica, se dejó
morir, encadenado, sentado, tembloroso, estrujado por las enfurecidas
cosquillas con las que la electricidad le mordía el cuerpo. Por un efímero
instante, saboreó la serenidad absoluta de la muerte, el silencio y la
obscuridad total. Olvidó que había sido hombre. Olvidó su anterior vida, sus
padres, el crimen, la cárcel, la silla. Pero el placer de la nada se esfumó
como un sueño, como una nube, cuándo sus ojos recibieron el ataque de un haz de
luz intenso, progresivo, como si fuese arrastrado involuntariamente a través de un túnel
oscuro. Había vuelto a nacer. Ahora era un siervo recién nacido. Volvió a
sentir el vertiginoso y apremiante llamado del hambre y la sed. Pastaba junto a
su madre y sus hermanos, tranquilamente. Supo lo que era la paz del silencio
animal. La paz de un samadhi perpetuo, inconsciente, solo perturbado por las
honestas e inocentes necesidades del cuerpo. Pero sintió un temblor y una
ráfaga sombría, un olor a mandíbulas de aliento espeso, de hálito rojo,
mientras unos colmillos se le clavaban en el vientre y su familia corría
despavorida. La vida lo abandonó en un aliento tembloroso y saboreó de nuevo la
perpetuidad serena de la nada. Silencio y obscuridad totales. De nuevo,
interrupción de la luz violenta. Volvió a nacer como un cometa, surcando
galaxias a velocidades incalculables, extinguiéndose lentamente en el fuego, la
luz y el olvido de sus vidas pasadas. Anhelando el momento feliz e impredecible
de la extinción total.
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