Por: J. Padilla (Seudónimo)
Temática libre
Un día un usual cliente se me acercó a la barra y me dijo: “Hombre ¿Quiere
que le confiese algo? Desde que frecuento el bar, usted me gusta”. No supe
que responder ante la espontánea revelación, simplemente asentí con la
cabeza amablemente.
Se acercó mucho más hacia mí, hincando sus codos sobre la barra, para que el
ruido de la música no distorsionara su susurro y me dijo pronunciando
lentamente: “Y si vos no te dejás querer, te morís” así, con una frescura como
el que no miente. Me quedé helado. No pensaba que una amenaza pudiera
salir de una persona tan cordial, que cuando se sentaba en la barra y luego de
unas cuantas copas de ron, se dedicaba a hablar de los veinte años de
matrimonio con su esposa, acompañado de un reiterado monólogo referente a
sus queridos hijos que aún iban a la escuela; el mayor cursaba quinto de
bachillerato y el menor apenas iniciaba su educación primaria. Se le sentía muy
orgulloso de ellos cuando me lo contaba.
Pero ese día era otra persona, se sentía decidido. “¡Ahh! ¿No responde?” me
preguntó en tono amenazante. Yo aún tragaba en seco. “Perfecto” dijo
indignado. “Has elegido. No te diré cuándo, ni dónde. Simplemente, sucederá”
dicho estas palabras el hombre se marchó rebotando entre las paredes de las
escalas que lo llevaban a la salida.
“Está borracho” pensé. Pero sin embargo, ese día me vi obligado a disparar el
arma cargada con una bala. Cada día que pasaba era semejante a tirar del
gatillo.
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