jueves, 6 de junio de 2019

Retorno de la victoria


Por:Juan Felipe Zuluaga Malagón
Temática libre

Se veía lejos de mí. En una montaña, surcada por arroyos y un estrecho camino empedrado, estaba mi casa. Yo caminaba con mi sombrero y mis chatarreras como un combatiente vencido. Había ganado mi bando, pero yo perdía. A mi pierna izquierda ya no le correspondía una derecha. Tenía el rostro curtido y atravesado de arrugas precoces. Las enfermedades tropicales propias de la manigua ardiente también me acompañaban. Me sentía sucio de gloria, de gloria ajena. Cuando salí de este lugar quería “salir adelante”. Ahora volvía como un “héroe”, pero esto no era más que un engaño para mí. Una mesada no repondría la socavación de mi espíritu. El aire de la mañana estaba fresco. Los cafetales estaban descuidados o sencillamente desaparecidos. En cambio, el plátano proliferaba en extensiones kilométricas sobre el tendido irregular de la montaña. La guerra también pasó por aquí, pero de otra forma. Las fincas lucían abandonadas y unas pocas reformadas; parecían pequeñas fábricas de ciudad. Los animales, no obstante, seguían ahí, pues reconocí el ruido inequívoco de todo un mundo campestre que dormitaba y moría y vivía en un mismo momento. Rechacé el ofrecimiento de transportarme hasta donde pudiera el jeep del destacamento; me valía de una muleta. Por fin vi la casa, desvencijada pero menos derruida de lo que debería al ser casi centenaria; abierta, como siempre. Al entrar, sentí la presencia de los recuerdos. Los olores y las formas luminosas, y las sombras de los objetos y la memoria, iban asimilándose en mi mente caprichosamente. El café de los marcos de las puertas y el olor del tinto recién hecho me golpearon al atravesar el umbral. Mi madre estaba en la cocina. También mi hermano, quien llevaba el uniforme del bando vencido. Había sido mi enemigo durante años de esta desgraciada guerra y ahora volvía al mismo lugar en el que nacimos y nos criamos. Me miró con cansancio, tal vez como un reflejo del semblante que traía conmigo. El abrazo de mi madre me reconfortó.  Me acerqué a mi hermano y le dije, tras un silencio medido por la importancia que merecía cada palabra en ese momento que, por fortuna, la guerra no había sido tan desastrosa como para habernos liquidado a los dos; nos había destruido a ambos en algún sentido. Lo abracé y dejé caer las lágrimas que no había podido destilar en estos diez años de formación en el odio y la muerte.

1 comentario:

  1. "Todos los viajes, todos mis viajes, son viajes de regreso.
    Yo torno ahora, retorno ahora del azur y hacia el azur.
    Violada luz diaprea sus rútilos zafiros.
    Voz de sangre sus zafiros denigra.
    Mas no otro azur desea mi vagabundo sueño:

    sólo ese azur cebrado de violas, ese azur ocelado de abenuz...!" León de Greiff.

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