Por: Anónimo
Temática libre
He confundido las cosas. Debe ser el silencio o tal vez, esa sensación de vacío que
me embarga en tardes como esta. Perdone usted, he complicado todo. Hice como
si no me importara, pero las pérdidas no se pueden soslayar. Son terribles, en
realidad. Hasta ayer, tan solo, vivía en esa plenitud que hace que todo lo demás sea
prescindible. No necesitaba del mundo, porque yo era el mundo. No requería de
otra voz, porque mi voz era suficiente.
No importa. Ahora, este silencio me apabulla. Intento gritar. Si estuviese en una isla
desierta, al menos tendría la sonrisa de las olas que golpean en la playa, o el
graznido de las gaviotas que buscan desesperadas su alimento. Pero no tengo ni la
más leve brizna que venga a rozar mi mejilla, a dejar en mi oído un susurro leve o
el acento de una promesa lejana. Estoy herido y esa es la confusión.
Usted que me lee, al que yo no oigo, ese que otea estas palabras, que subyuga mi
sentir con su juicio, el que yo desconoceré irremediablemente, usted, sí, se parece
tanto a esto que escribo. Tiene la exacta dimensión de estos grafos en el papel.
Tiene el acento en donde yo marco las elevaciones de la voz, en donde hago la
pausa, en donde invito al silencio. Tiene la forma del grafo, porque usted es la marca
que antes estuvo en mi piel. Ahora solo es la condena a la escritura, la inevitable
condición de ser transcrito en la altura de la L y en la pequeñez de la i. Usted que
se revuelca como una y, y hace malabares como una X, se me parece tanto, porque
usted y yo éramos uno, el todo, lo indisoluble. Pero esta escritura es una escisión,
una herida profunda, un dolor que me deja desolado, lanzado al silencio que implica
el dejar de comprenderlo, y, por tanto, el empezar a desconocerme.
No grito, porque no valdría la pena gritar. Solo hago un suspiro al final. Miro por la
ventana, la ciudad en pleno silencio, y yo, esperando que algo sobrevenga —fuerza
disruptiva, aullido de lobo hambriento— a quitar mis manos de este silencio, que
tiene la exacta medida de mis dedos, que recorren este teclado, el brillo de la
pantalla, esta pluma y el olor de este papel.
Perdone, usted se me ha escapado en una palabra...
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