viernes, 21 de junio de 2019

Decisiones


Por: Sandra Milena Agudelo Vargas
Temática libre

Sebastián tenía 6 años cuando aprendió a saltar la cuerda. En el patio de su casa, se reunía con todos los amigos de infancia para jugar con ellos, pero cuando aprendió saltar la cuerda y a cantar “chinita, chinita”, le pareció tan divertido que siempre elegía jugar lo mismo.

Creció en una familia humilde. Llegó a este mundo en plena juventud de sus padres y como muchas otras familias tenían necesidades económicas, pues sus padres, aunque eran bachilleres, no pudieron matricularse en una universidad.

Cuando cumplió 16 años, Sebastián se salió del colegio para comenzar a trabajar y así poder ayudarles a sus padres con los gastos de la casa. Su mamá se sentía muy orgullosa de él porque era una persona muy madura y segura de sí misma, o al menos así lo creía ella. A sus 17 años, se enamoró por primera vez, fue un amor muy intenso a pesar de su corta edad.

Una noche, llegó de trabajar. Cogió el teléfono e hizo una llamada. Su mamá lo observaba y escuchaba la discusión que él tenía con su novia. Cuando colgó la llamada su madre le le ofreció su ayuda, pero él no respondió, se encerró en su cuarto y encendió la radio a todo volumen.

Pasó una hora y Sebastián no salía de su habitación. Su madre lo llamaba insistentemente, pero él no respondía, por lo que decidió forzar la puerta y abrirla. Una silla de madera tirada en el suelo, el cuarto desordenado. “Sebas, Sebas, ¿qué hiciste? dice su madre en medio del asombro. Sebastián estaba ahí, con su cuerpo suspendido en el aire y su mirada triste. ¡Ayuda! ¡ayuda! grita la mamá, mientras trata de cargarlo para evitar que la cuerda aprete más su cuello. 

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