martes, 25 de junio de 2019

Drama de viejas

Por:Valentina Rodríguez Fernández
Taller de escritura creativa

“Ya Melissa se está yendo a los límites de lo enfermo”. “Y yo creo que este drama de viejas lo estás llevando al extremo”. Los novios siempre suavizan esas cosas, y en especial Andrés.  “No es drama de viejas, de verdad que estoy preocupada por todo lo que ella me ha copiado. El pelo, con color y corte, las gafas, la forma como se toma las fotos... Es absurdo. Se está obsesionado conmigo”. “Vos te estás imaginando todo eso”. “¿Te viste El talentoso señor Ripley? Tom Ripley se obsesiona con un chico llamado Dickie. Se mete tanto en su vida y lo empieza a copiar en todo, hasta el punto de reemplazar al Dickie original”. “Ahora la que está llevando el asunto a lo enfermo eres tú. Deja de ver tantas películas”. “Pero de verdad asusta, ¿no? Yo a ella no la veo desde hace seis años, seis años”. Era verdad. Melissa y Susana fueron compañeras en el colegio, hasta que, en décimo, Melissa tomó otros rumbos y su familia decidió irse a vivir a Perú. Tras varios años de no haber sabido de la otra, llegó al país con un curioso aspecto, casi como si se hubiera visto en otra persona. Susana era modelo. Su vida se compartía en Internet con cierta regularidad, por lo que ya había sido víctima de algunas bromas un tanto infantiles; nada grave, hasta ahora. “El tatuaje que me hice hace como dos semanas, al que me llevaste al estudio”. “Sí, del que no dejas de hablar y no haces sino contar su historia en Instagram y todo lo que significa para ti. De verdad que a veces eres muy intensa”. “Sí, pero ese es otro tema. Al parecer a Melissa se le murió su abuela en las mismas condiciones y le decía igual que yo a la mía. Se hizo el mismo maldito tatuaje. Subió una foto hace como doce horas”. “Es una coincidencia”. “¿Esto te parece una coincidencia?”. Andrés miró ambos antebrazos. El de la pantalla aún tenía ese hilo rojo que acompaña un tatuaje recién hecho. El de Susana ya estaba cerca de sanar completamente. Eran el mismo tatuaje. “¿Hace cuánto dices que no la ves?”. “No le hablo hace más de seis años. Solo un par de veces por chat, y eso porque me respondió historias diciendo que soy hermosa y un modelo a seguir. ¡Ah! Y hace unos días la vi en el metro, no más”. “Pues sí es muy raro. Que no sea que uno de estos días nos veamos y ya no seas tú, sino Melissa reemplazándote”. Susana se fue por la burla de Andrés. Ese drama de viejas de verdad la tenía asustada. No se vieron por una semana. “¿Por qué no me contestas? Espero que no estés brava conmigo por eso…”. Los mensajes llegaban a un celular inactivo por casi una semana, algo extraño para Susana, con su activa vida en redes. “Oye, respóndeme, veámonos este viernes en el café de siempre, a las 4…”. Un seco “Ok” fue la respuesta. Susana no contestaba así a menos que algo la molestara. El viernes a las cuatro, Andrés se sentó en la mesa más cercana a la ventana, la que la pareja acostumbraba a ocupar. Una rubia entró un poco perdida. “Aquí, Susi. Donde siempre”. Le hizo gestos con la mano para que la chica lo viera, como si no supiera a dónde iba. “Pensé que no ibas a llegar…”. Un pequeño silencio se produjo mientras Andrés pensaba, porque esa chica no era su novia, pero se parecía tanto. Seguro la había visto en otro lado. Pero el tatuaje de su brazo era el mismo… “¿Melissa?”. “¿Cómo que Melissa? Ella ya no existe. Soy Susana, tu novia.”

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