martes, 25 de junio de 2019

La servidumbre

Por: Leonardo Zapata
Taller de escritura creativa

Medellín, 23 de abril de 2019.
Hermano, mi abuela me decía que su abuelo trabajaba como una mula y que yo debía
dar gracias a Dios por lo que tenía, pues él camellaba tres veces más de lo que se
camella hoy y le daban tres veces menos. A veces llegaba a mi cabeza ese
pensamiento, cuando me sentía derrotada por las hijuemadres jornadas de trabajo,
como las de los últimos días. Recordaba estas historias para darme fuerzas, cuando mi
abuela hablaba de cómo se sobreponía, decía que le tocó duro, una porquería total, me
decía que la hacían levantarse de madrugada a lavar platos y a brillar pisos. Lo curioso
es que ahora que no veo diferencia, me tocó lo mismo, lo mismo que al abuelo de la
abuela y a toda esta desgraciada familia; no debí sentirme agradecida por trabajar.
Mi vida constaba de levantarme todos los días a las 4 de la mañana, y esperar a que mi
patrón me pusiera a hacer cualquier cosa. A veces, desde esa hora se me daban
órdenes; desde esa hora mi columna se encorvaba durante todo el día. Parece como si
fuera un trabajo en el que entrenan personas para vivir agachadas. A mediodía,
mientras preparaba el almuerzo tenía que sacar pequeñas sobras, no tuve ni mi propio
plato, y ay donde me quedara maluca la comida. La última vez me la tiró caliente en los
pies; todavía tengo la piel roja. En la noche, ni qué decir: siempre me acosté tarde, unas
noches fueron más largas que otras, esperando satisfacer al patrón y sus necesidades
extrañas, de lo que no quiero hablar, pues las marcas en mi cuerpo ya me lo recuerdan
siempre. Hace unos días me puse mal. Estaba limpiando las cosas inútiles que tenía el
patrón en casa, una colección de cucharas. Vaya idiota. Resulta que, para no hacer
daños y ser cuidadosa, terminé tropezando. Creo que tengo una costilla rota. No le dije
nada al patrón. La última vez, cuando me enfermé de gripa, me curé en un día, a la
fuerza. Yo misma tuve que sobreponerme, no quería otra cicatriz de su correa.
¿Hace cuánto que se acabaron los esclavos? ¡Mentira! Una mierda. Solo tengo un día
libre, como los esclavos de los que nos hablaba la abuela, como toda nuestra antigua
familia. Discúlpame, no quiero incomodar, pero, no tengo a nadie más a quién acudir.
Hermano, te envío esta carta, pidiendo ayuda y recordando las historias de nuestra
abuela. ¿No nos decía ella que su abuelo luchó por el fin de la esclavitud? Hermano,
ayúdame, no aguanté más. Necesito un abogado.
Atentamente, tu hermana, María Francisca.


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