lunes, 17 de junio de 2019

Fi...

Por:Santiago Jaramillo Gil
Temática libre


Sintió un intenso escalofrío recorriendo su cuerpo. Sentado en su viejo escritorio frente a
su máquina de escribir - como lo había hecho cada día de los últimos 17 años - entendió
que había llegado ese ineludible momento que creía tan lejano.
Desde que aprendió a teclear los botones de ese armatoste metálico nunca pasó una
puesta de sol sin hacerlo. Cada día completaba una página, construía su historia; escribir
había dotado de significado a su vida, sentía cómo cada golpe de tinta sobre el papel
imprimía impulso a su corazón para seguir latiendo con fuerza y aferrarse a la vida. Las
más de seis mil páginas acumuladas que guardaba en su habitación eran como piezas de
un gran rompecabezas que iba construyendo con pasión día a día, de forma desordenada,
casi improvisada, y sin saber cuantas piezas faltaban para terminarlo; pero para sorpresa
suya, sin pensar que fuera a suceder tan pronto, esta vez sus palabras construyeron una
pieza que se ajustaba a la perfección a las demás, el rompecabezas estaba terminado, no
habría lugar para más fichas en él.
Ya no le quedaba más que escribir aquellas tres últimas letras, la única palabra que desde
un principio sabía que tendría que terminar escribiendo. Quizá ya la habría tecleado
decenas de veces en los anteriores 17 años, pero nunca habría tenido un significado tan
real como esta ocasión, y él lo sabía.
Con temor pero con determinación procedió con la primera de las últimas tres letras: al
accionar la “F” sintió un fuerte vacío en su pecho, su respiración se entrecortaba y en su
cabeza todo parecía dar vueltas. Con algo de dificultad y con mucho de resignación
presionó su anular derecho sobre la letra “i”. Ya no había vuelta atrás.
Hacía 17 años su vida había dejado de habitar el mundo real y se había trasladado al mundo
de prosa y ficción que aquella máquina había esparcido en miles de hojas. Ante la
inminencia de lo que se avecinaba sentía como su corazón latía cada vez más débil, cada
vez más lento. Enfocó su mirada en la tecla “n” y vio pasar por sus ojos imágenes de toda
su vida, es decir, de la vida que había creado para sí, de los cientos de piezas que había
construido desordenadamente con su máquina, esa vida ¿imaginaria? que ahora
inevitablemente terminaba. Ya la energía no le alcanzaba para mantener sus ojos abiertos.
Sintiéndose satisfecho por la belleza de su rompecabezas terminado, cedió ante el destino,
sintió su corazón detenerse y se dejó caer sobre el frío regazo de su fiel compañera metálica
oprimiendo sus teclas por última vez: “n”. Así fue como su historia llegó a su fin.

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