Por: Valentina Álvarez Gómez
Temática libre
Era extraño para Lucía recordar. Ella
no recordaba el pasado, ella miraba al futuro como si fuera un recuerdo, como
un Deja Vu que no dejaba de repetirse constantemente.
Su vida era una sucesión de
recuerdos, que al vivirlos desaparecían en el espacio y el tiempo.
Lucía no era feliz. Sus recuerdos,
sus memorias, sus sentimientos se deslizaban entre sus dedos mientras ella se
aferraba a la nada misma, porque una vez que sucedían solo dejaban un vacío en
el interior de la joven chica.
Lucía se sentía atrapada dentro de un
espejo en el cuál vislumbraba una vida que deseaba vivir.
Anheló, hasta que solo quedó el
vacío. La nada absoluta absorbió a Lucía. Ya no existía un futuro.
El vacío se fue llenando de lágrimas,
casi inexistentes, que brotaban de los ojos perdidos de un alma desconsolada.
Lucía sintió que el calor de su dolor
la iba rodeando y la levantaba del piso, hasta que decidió que no valía la pena
flotar.
Lucía se hundió hasta lo más profundo
y se dejó morir.
¿Eran los recuerdos de Lucía su
futuro? ¿Era su pasado la nada misma?
Algo la haló, la empezó a arrastrar hacía la
superficie. Pero Lucía no tenía energía para luchar, tampoco para vivir, sólo
se dejó arrastrar de nuevo hacía el sufrimiento de la realidad.
Abrió los ojos y se encontró
ante los ojos asustados de una niña, una niña que no paraba de llorar. Una niña
que lloraba por ella.
Se incorporó y miró a su
alrededor. Donde un montón de niños lloraban y poco a poco morían.
Recogió a la niña en sus
brazos y la consoló. Le sonrió entre lagrimas y le aseguró que todo estaría
bien y salió con ella de ese espantoso lugar.
Ese día al despertar, Lucía
volvió a sentirse viva. Lucía volvió a sentir.
Había recuperado el pasado
que tanto le costaba recordar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario