Temática libre
La oscuridad era absoluta. El vacío inundaba la totalidad del espacio. Ni un solo rayo de luz
lograba penetrar en aquel lugar estéril y carente de forma. La nada se esparcía en todas
direcciones, llevándose consigo todo lo demás. Tan solo algo parecía permanecer inmune
ante aquella fuerza devastadora. Un cuerpo humano se encontraba suspendido en medio del paisaje, negándose a desaparecer.
Consciente todavía, sus ojos buscaban desesperadamente el más mínimo haz de luz que
pudieran captar sin éxito alguno. Sus tímpanos permanecían a la expectativa constante de
cualquier perturbación externa, sin embargo, lo único que podía oír era el latido de su corazón y el sonido producido por su sangre al fluir a través de sus venas.
Su cerebro luchaba por dotar de sentido a aquel caos inconsecuente y eterno, pero fallaba en el intento. Sus pensamientos se encontraban entremezclados y pequeños esbozos de este se cruzaban por su mente sin llegar nunca a una idea concreta. Como hojas agitadas por el viento, aquel enmarañado de ideas inconclusas, ilusiones precarias y recuerdos fortuitos, se revolvía sin orden ni lógica al interior de su ser. Bombardeado por sensaciones cada vez más inconexas y confusas, su mente se caía a trozos y se reciclaba en un proceso continuo que parecía no tener fin.
El tiempo transcurría y no transcurría durante lo que aparentó ser un segundo interminable.
Los trozos incompletos de ideas, ilusiones y memorias se combinaban al azar creando
historias asombrosas, trágicas o sin sentido. Cada historia falsa era vivida por su cuerpo con pasión absoluta. Sin embargo, de repente, sus ojos dejaron de moverse y se cerraron, sus tímpanos se diluyeron y desaparecieron, y, por último, su corazón se detuvo y el cadáver comenzó a caer.
Enjuagado en sudor, Cristian se despertó aterrorizado y salió corriendo al baño. Tras varios
minutos de una contemplación exhaustiva frente al espejo finalmente se convenció de que
aquel rostro era el suyo.
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