Temática libre
Lucas subió a lo más alto de la montaña en donde había un hermoso, gigantesco y
frondoso árbol en el centro de una pequeña llanura. Solía ir allí y sentarse bajo la sombra
del árbol para estar solo con sus pensamientos. Sin embargo, hoy era distinto. Por fin todo
iba a acabar y podría descansar. Con lágrimas en sus ojos y gran decisión sacó un lazo de
su morral, trepó el árbol a una altura que él considero suficiente, amarró un extremo del
lazo a una rama y en el otro extremo hizo un nudo dejando espacio para su cabeza. Saltó
al vacío. Sintió el lazo apretar su cuello con gran fuerza, un dolor grandísimo y la falta de
aire. No podía respirar. Cerró los ojos. En unos segundos ya todo terminaría.
Pero no fue así. La rama del árbol se dobló tanto con su peso que tocó el piso con sus
pies, desesperado, dobló las rodillas para terminar con su vida pero la rama siguió
doblándose y sus rodillas tocaron el piso.Ya podía respirar. Su cuello le dolía y peor aún
para él, seguía vivo. Gritó y lloró con todas sus fuerzas. Maldijo el árbol y su vida.
Permaneció inmóvil por unos minutos. De repente, abrió sus ojos, se levantó de un salto
con la mirada llena de furia y trepó nuevamente el árbol a toda velocidad sin miedo alguno
de caerse. Esta vez subió casi a la cima. Amarró el lazo a la rama y al alzar la mirada para
ponerse el lazo al cuello, ve un niño al frente del árbol mirándolo. El niño le preguntó para
qué era el lazo. Lucas no sabía que responder. Nunca antes se había encontrado con
alguien en aquel sitio y justo hoy se aparece ese niño. Trató infructuosamente de
ahuyentarlo con gritos y amenazas, pero el niño seguía ahí mirándolo fijamente. Por un
momento pensó en seguir con su cometido delante del niño, pero inmediatamente desechó
esa idea, pues él no era ese tipo de persona. Optó por ignorarlo completamente. Después
de un largo rato no se veía el niño por ningún lado. Lucas se alegró. Se puso la soga en el
cuello, pero escuchó a lo lejos unas voces. Allí estaba de nuevo ese mocoso con otros tres
niños señalando hacia la cima del árbol y pidiéndole prestado el lazo para jugar.
Lucas los miró con desilusión. Nunca se le pasó por la mente que aquel árbol y la
terquedad de un niño que no lo dejaba en paz, se fueran a interponer en sus planes. Se
preguntó si lo que había sucedido era mera casualidad o en verdad todavía no había
llegado el momento de su muerte. Miró a lo lejos y vio el sol ocultarse detrás de una
montaña. A pesar de su rabia, su impotencia y su desilusión, no pudo evitar apreciar ese
hermoso atardecer y de algún modo sentir una luz de esperanza por la vida. Al bajar, le
entregó el lazo al niño quien lo recibió con una sonrisa. Lucas caminó lentamente y
abandonó el lugar.
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