Por:Manuela Ardila Ospina
Temática libre
Entonces, el pequeño Wilson se volvió a cubrir, hoy no saldría de la cama, había demasiadas cosas que hacer, un mundo por considerar y él estaba demasiado cansado para pensarlo. 7:23, hoy no hay alarma.
Son solo las 9, volvé a dormir.
Tienes cinco minutos más, tienes una hora más, la alarma no va a sonar. Nadie te espera, nada te obliga, vuelve a dormir, ni las 11 son todavía. 15:36. Estás famélico, tu cuerpo sigue siendo una obligación. La comida es insípida, pero calma el ardor. Tenés que comprar algo mejor.
Buscas algo, cualquier cosa, pero la televisión es un asco, las series ya no entretienen y los libros no atrapas; tampoco es que estés para hablar con alguien. Hace mucho no estás para nada, hace ya demasiado tiempo las obligaciones se fueron y con ellas las ganas, hace ya un buen tiempo el sin sabor apareció, el malestar en la espada y el reflujo se agravó y la sensación, esa jodida sensación, volvió; el sentir el pasar de los días en un cuerpo que solo envejece.
De vuelta a tu cuarto, unos ojos te devuelven la mirada, juras que se parece un poco a los de tu abuelo, por lo menos el cansancio y el hastío permanecen en aquellos ojos; pero la imagen es grotesca, un cuerpo de 21 años no debería cargarlos. No me prestas mayor atención. Sospechas que tu celular está en el clóset, ahí lo dejaste la última vez, consideras cogerlo, mirar si algún amigo se acordó de ti, si quizás ya hay respuesta de alguna mediocre oferta de trabajo o si tu madre otra vez está histérica. Desistes de inmediato, todos tus amigos desaparecieron luego del primer mes de ocio y aquellos que considerabas hermanos los echaste luego del segundo.
Sabes que con seguridad nadie va a invitarte a salir hoy, con seguridad ni en esos trabajos quieren explotarte, con seguridad tú hermana ya ha tranquilizado a tu madre. Con toda seguridad tú celular lleva varios días descargado.
Lo intentas de nuevo, tratas con todas tus fuerzas meterte a bañar, una ducha suena bien, pero después de mucho pensarlo te vuelves a meter a tu cama. No le encontraste ningún sentido a organizarte. De cerca, mis ojos vuelven a observarte esta vez postrado en tu cama y lo sé, ahí agonizan mis ganas, se trucan mis sueños y se desgasta mi cuerpo. Pero ahí, sobre las húmedas y raídas sábanas descansa mi libertad. Que descanse en paz.
sábado, 22 de junio de 2019
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