martes, 18 de junio de 2019

SINCRONÍA


Por:Sergio Andres Ospino Ricardo
Temática libre


El viejo y deteriorado chamán alzó su mano derecha, abierta, indicando a su joven audiencia que él tenía la palabra e iba a decir algo. Eran unos niños apenas, pero sabían ya entonces que el venerado anciano nunca pronunciaba palabras huecas, por eso, de repente, cesó la algarabía y se hizo un silencio absoluto. —Iyé, iyé… nau ash ká pa… (Escuchen, escuchen… el silencio precede todo…) —. Allí, en la gran choza ceremonial elaborada con barro, piedra y guadua, se iniciaba el rito por el cual los jóvenes se convertían en parte de la comunidad. La de esta ocasión era la última generación que se reuniría allí. —Nau ash paté (El silencio termina todo) —sentenció el anciano—. Él lo había presenciado todo: la calma de una comunidad primitiva en armonía con su entorno; luego la desazón por la aparición inquietante de hombres de otro color, otra lengua, otras costumbres; luego la integración a través del comercio, del llamado “desarrollo”, palabra que comenzó a detestar cuando entendió que venía de la mano con aquellas horrorosas, estridentes y arrasadoras entidades a las que llamaban máquinas; luego vio cómo los jóvenes, deslumbrados por los diversos aparatos que ostentaban los recién llegados, fueron cediendo a la curiosidad, y comenzó así la desbandada del grupo que, por cientos o tal vez miles de años, nada había logrado disolver. Era la asimilación. —Ustedes están aquí hoy porque es donde deben estar. Mi espíritu me ha dicho: “Cuéntales el origen y así sabrán cuán cerca está el final” —. A la luz de la gran hoguera del centro sólo se escuchaba el rumor de los grillos y el chisporroteo de la madera al incinerarse. Se percibía el agradable olor de la madera de matarratón al quemarse junto con ramas de guayabo, para ahuyentar los mosquitos. Cerró sus ojos y los apretó con fuerza, para evitar que las lágrimas asomaran. Era tanto el dolor que sentía al ver desaparecer su uauhté (comunidad). Los demás creyeron que rebuscaba en su memoria, el pasado… no era así: quería espantar los fantasmas del futuro. Lo había visto cada vez que en su ritual de oración diario trascendía la manigua, las nubes, el sol, las estrellas. —Hubo un tiempo en que el hombre caminó sobre la ianuti (tierra) junto con los espíritus. Se veían, mas no se podían comunicar. En ese entonces cada persona podía ver a los seres queridos que habían partido antes para oshuti (el más allá). Pero de tanto verlos, sentían la gran tristeza que carcome por dentro cuando no se puede tener. Así que todos se reunieron en la gran ogná (choza) y rogaron a Aquel-que-está-más-allá-de-todo que les otorgara una forma para comunicarse. Y él les dijo: “Les daré una forma, pero sepan que cuando mis mensajeros falten, será indicio de que el tiempo del hombre habrá terminado”. Y ellos dijeron: “Está bien”. Al poco tiempo comenzaron a ver en las hojas de las plantas de higuera unos puntitos, de los que salieron luego unos gusanillos que devoraban las hojas de la planta, crecían y se encerraban en una especie de corteza, y allí estaban quietos por cuarenta días. Finalmente, salían unas deslumbrantes criaturas de dos alas, patas delgadas y antenas larguísimas en sus cabezas: eran mariposas (teyauni, les llamaban). Ellos entendieron que debían acercarse a ellas con mucho cuidado, que debían proteger aquellas plantas de higuera, pero lo que no sabían era que esa planta no podía ser cuidada sola, sino que cuidarla a ella implicaba cuidar toda la manigua. Así que los mensajes al oshuti fueron y vinieron durante eras completas, y hubo paz y equilibrio en ianuti —. Ahora el anciano hizo la pausa más prolongada hasta el momento; abrió sus ojos y vio la mirada de preocupación de su audiencia. —Sí, sé que están asustados… y deben estarlo, porque las grandes máquinas han devorado todo lo que han encontrado a su paso, y cada vez es más difícil hallar plantas de higuera —. A miles de kilómetros de allí, el joven estudiante levantó su cabeza mientras caminaba a paso firme sobre la acera que bordea el campus universitario. Iba absorto, pensando en el agradable día que estaba haciendo y, de repente, cayó en cuenta de algo. — ¡Caramba! ¿Qué se habrán hecho esas hermosas mariposas negras y verde fosforescente que tanto veía antes? Con este ya van tres veranos que no veo pasar ni una —.

1 comentario:

  1. Es un muy buen relato. Llama la atención las palabras para indicar los términos propios de la comunicación aborigen. Además de ello es un texto con mucho significado y cuya sintaxis incita a leer varias veces para analizar y entender el trasfondo de la historia y el contraste de tiempos y actores embebidos en la trama. Es un escrito admirable en todo sentido.

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